INTRODUCCION. VISION HISTORICA DE LA ARQUITECTURA E INGENIERIA MILITAR JAPONESA.
 

        Desde el inicio de su existencia la nación japonesa se ha visto envuelta en conflictos armados. Desde el establecimiento de los primeros clanes, uji, hasta el periodo de Pax Tokugawa en Edo Jidai (1.603-1867), los japoneses han estado combatiendo entre ellos y contra enemigos asentados anteriormente en las islas o repeliendo invasiones extranjeras como la de los mongoles, saldada con la intervención del Viento Divino, Kamikaze, que echó a pique el grueso de la flota invasora, o en expediciones de conquista, principalmente en Corea.

        El poder fue detentado por una casta de militares profesionales que mantuvieron su hegemonía durante siglos sobre toda la sociedad, impregnando con el espíritu marcial las más profundas manifestaciones ideológicas y espirituales de los japoneses. La guerra, a decir de algunos historiadores, era el estado natural y la paz solo una experiencia transitoria y extraordinaria.

        No es de extrañar que de un extremo a otro de Japón podamos ver, aún hoy en día, pese al paso del tiempo y de los nefastos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y gracias a numerosos trabajos de restauración y reconstrucción, un buen número de castillos y diversas instalaciones castrenses de gran valor histórico y arqueológico.

        Pero hasta llegar a la gracia del castillo de Himeji, la Garza Blanca, la arquitectura militar siguió un largo camino cuyos primeros pasos podemos situar en las ruinas encontradas en Hokkaido, llamadas chashi, datadas en el siglo VI d. C. y relacionadas con los ainu, los pobladores autóctonos de Japón y que bien podrían haber sido construídas para defenderse de los invasores venidos del continente. Se trataba de rudimentarios muros de piedra que rodeaban las ciudades, asociados con fosos.

        En Kyushu hay unos apilamientos de piedras llamados kogo-ishi, que rodeaban lugares sagrados. Se pensó en un principio que cumplieran una misión semejante a las shimenawa, cuerdas sagradas que limitan lugares de culto, árboles, etc, en la creencia shintoista. Sin embargo algunas se prolongan varios kilómetros a lo largo de comarcas enteras, de modo semejante, aunque a menor escala a las murallas chinas o al muro de Adriano. En algunos puntos donde se interrumpen los apilamientos se supone que podrían existir puertas. Así, tras numerosos estudios de las mismas se ha llegado a la conclusión de que su función era estrictamente militar, quizá como respuesta a las incursiones desde Corea y China, del mismo modo que se levantó un muro defensivo contra el ataque mongol en el siglo XIII.

        A finales del periodo Heian (794-1185) la autoridad del emperador estaba seriamente mermada y las luchas entre las familias nobles de la corte eran cada vez más frecuentes. A ellas se vieron arrastrados los clanes provincianos, menos refinados pero con fuerzas armadas mucho más efectivas que los meramente decorativos y pomposos destacamentos de la capital.

        En estas provincias, cuyas posesiones se habían asignado a los primeros daymio, que habían sido arrebatadas a enemigos o a otros clanes, se estaba desarrollando el germen de la clase samurai. La tierra, como bien más preciado y fuente de producción tenía que defenderse de manera efectiva. Así surgieron los primeros fuertes que no pasaban de ser meras empalizadas de madera o bambú con algunas torres de vigilancia.

        Los choques armados se resolvían entre grupos relativamente pequeños de hombres a caballo e infantería, donde las armas en boga eran la espada, la lanza y las flechas. De hecho los japoneses, de indudable valor y espíritu combativo a nivel individual, no habían llegado al desarrollo de la estrategia como en el caso de los chinos. Eran desconocidas practicamente las obras de grandes generales como Sun Tzu que, en su libro El Arte de la Guerra, escrito unos quinientos años antes de Cristo, expresaba el más alto grado de desarrollo de la teoría de la guerra, con una vigencia que alcanza a nuestros días. Algunos historiadores remarcan el carácter individual de los combates como si de duelos se tratara, con el ritual inevitable de enunciar el linaje del guerrero y los hechos de armas de él y de su clan antes de enzarzarse en una lucha a muerte con una bravura que impresionó a los occidentales que conocieron a los descendientes de aquellos primeros samurai. El movimiento de grandes masas de tropas estaba de momento descartado, y puesto que el armamento se limitaba a un uso en reducido radio de acción no era precisa una estructura arquitectónica que llegara en sus pretensiones de control y agresión más allá de las empalizadas para frenar un asalto de caballería. Asimismo, el más famoso tratado de esgrima japonesa, El Libro de los Cinco Anillos, Go Rin no Sho, de Miyamoto Musashi, todavía en el siglo XVII hace hincapié en el concepto del combate individual que, una vez comprendido y dominado, es extrapolable a grupos numerosos de combatientes.

        Aún faltaban varios siglos para que moles como el castillo de Azuchi surgieran en el paisaje nipón. De momento se resolvía con puestos avanzados, hajiro, pequeños castillos y fortificaciones de estación, shijo, torres de observación aisladas, construcciones todas donde no se empleaban grandes medios ni basamentos de piedra. Era frecuente aprovechar los accidentes del terreno sacando ventaja de colinas, cursos de agua y bosques. Se dedicaban a vigilancia de fronteras, sakameshiro; vigilancia, banteshiro; comunicaciones, tsutaenoshiro; y ataque, mukaishiro. Todos ellos formaban una red concéntrica, en torno al castillo principal, honjo.

        Llegando al siglo XVI se puede hablar de conflicto generalizado en todo el país. Todo el periodo Muromachi es una pura guerra civil. Es la época de Sengoku Jidai, de las grandes luchas entre clanes como Takeda, Uesugi, Imagawa, Oda, etc. La caída del shogunado Ashikaga es inminente y los portugueses y españoles llegan a las islas en 1542 cambiando radicalmente el panorama militar con la introducción de los mosquetes y la artillería ligera. El arte de la guerra da un vuelco fundamental. El alcance del arco ya no marca el límite de contacto entre dos fuerzas y la caballería de Takeda Katsuyori se estrella contra los tres mil arcabuces, Tanegashima teppo, de Oda Nobunaga, disparados en rotación por una comparativamente reducida pero muy bien adiestrada tropa.

        Ahora es imprescindible disponer de fortificaciones capaces de resistir asaltos con armas de fuego y sitios prolongados. La logística precisa para esta contingencia se impone en el diseño y planificación creándose grandes almacenes, aljibes y cuarteles intramuros.

        Es necesario poner distancia entre las primeras defensas y el enemigo. Los fosos se hacen más anchos y profundos y las escarpas, ishigaki, más altas y reforzadas. De las primeras yagura, torres almacen y punto de observación se pasa a estructuras más agresivas quedando una de ellas en medio del castillo, tenshukaku, a modo de la torre del homenaje castellana. Se multiplican los dispositivos que permiten hostigar a los asaltantes, ishiotoshi, sama, etc., con el recurso inapreciable de las armas de fuego transformando el concepto de ataque y defensa.

        Se construyen cientos de castillos en esta época, como el ya mencionado de Azuchi, el de Osaka, Himeji, etc. El castillo trasciende la misión militar y se transforma además en un símbolo del poder del señor local. Desciende de las montañas, yamajiro, para instalarse en mesetas y planicies, hirayamajiro, en las encrucijadas de comunicaciones y junto a las ciudades, jokamachi, que medran a su sombra.

        Los bugyo son los alarifes o ingenieros militares que supervisan y dirigen las construcciones, pasando a ser oficiales de rango e importancia en la jerarquía de mandos. Detrás de ellos suele estar un europeo, curtido sobradamente en la experiencia de la guerra de castillos fronterizos y grandes piezas del  ajedrez militar. Se dice que el mismo Oda Nobunaga fue puntualmente asesorado por un portugués en la planificación de Azuchi. Quizá eso explique en parte la rapidísima evolución del castillo japonés en el siglo XVI.

        Sekigahara (1600) es uno de los puntos de inflexión y referencia más importantes de la historia japonesa. Esta batalla abrió el camino a Tokugawa Ieyasu al poder, al título de Seii Taishogun. Desaparecidos Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi, aplastado Ishida Matsunari y sus aliados, Tokugawa se alza como el árbitro máximo del país. Y se apresura a legislar, regulando hasta los más mínimos detalles de la vida cotidiana y fijando en su sitio la jerarquía y el talante que perdurará en la sociedad japonesa hasta la actualidad.

        Perfecto conocedor de estrategias y de la política de la época no descuidó los asuntos militares. Como ya hicieran los Reyes Católicos en España, después de su victoria y la confirmación de su mandato hizo lo posible para recortar las alas a los daymio y evitar la amenaza de alianzas y rearmes. Al tiempo que construye el castillo de Edo, que describiera Rodrigo de Vivero y Velasco y que no se concluiría hasta 1639 bajo el mando de Iemitsu, promulga las Trece Leyes de las Casas Militares, Buke Sho-hatto, en cuyo artículo sexto se obligaba a los daymio a no hacer reparaciones importantes en su castillo ni el de un vasallo sin permiso expreso del Shogun y quedaba terminantemente prohibido construir nuevos castillos o fortificaciones de cualquier clase.

        El Decreto Ikkoku Ichijo no Rei, Un Castillo por Provincia, de junio de 1647, solo permitía un bastión militar por provincia y en él debía residir el daymio. Se demolieron numerosos castillos e incluso llegó a prohibirse su reconstrucción tras accidentes como incendios, tan frecuentes en estas construcciones de madera, provocados por rayos, terremotos, etc.

        Se suponía que la paz había sido alcanzada al fin y ninguna preparación para la guerra era ya necesaria. Las armas se utilizaron cada vez menos, sobre todo en la sofocación de revueltas campesinas, a veces con el concurso extranjero, cuando el barco holandés De Ryp prestó apoyo artillero a las tropas del daimyo local para aniquilar a los seguidores cristianos de Amakuja Shiro, refugiados en el castillo de Kara. Hasta la Restauración Meiji y la Rebelión de Satsuma, Japón disfrutó de paz.

        La Segunda Guerra Mundial fué el golpe de gracia para los castillos que aún se conservaban en razonable buen estado y habían conseguido sobrevivir a los desastres naturales, el paso del tiempo y el progresivo abandono provocado por el empobrecimiento progresivo de finales del Periodo Edo y la inutilidad de mantener esos gigantes fortificados.
 

        Hoy en día se han protegido los restantes por la legislación que los califica como "Importantes Bienes Culturales" o "Tesoros Nacionales". Gracias al reciente interés por reivindicar la historia japonesa se han acometido obras de reconstrucción y reforma en numerosos castillos. Y podemos disfrutar de visitas interesantes, como la del castillo de Osaka reconstruído en la década de los 50 y que aloja en su interior un museo con  una interesante exposición, o las joyas de la arquitectura militar como Matsumoto, Himeji, etc.
 
 


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