REGALO DE CUMPLEAÑOS
CAP.5.-OTRO REGALO
 

Hace más de un mes que Fresa  tiene a "su" Yver y cada vez esta más contenta, aunque procura no exteriorizarlo. Dedica mucho más tiempo a la escultura porque  él hace todo el trabajo de la casa,  ...menos cocinar (Fresa no quiere morir joven). 

A medida que pasa el tiempo el chico parece tranquilizarse, incluso ha ganado algo de peso, solo lleva el uniforme  negro cuando sale a la calle. Hay que guardar un poco las apariencias y es políticamente incorrecto, motivo de sospecha, el tratar de forma humana a un sirviente.

El  día a la semana que Fresa tiene, obligatoriamente, que ir a casa de las tías es  Yver quien parece el sobrino, en vez de ella.

 Lleva un tiempo dándole vueltas al coco, le cuesta admitirlo pero se siente muy atraída por él. Tiene gracia, porque no sabe absolutamente nada  acerca suya, ni siquiera ha oído su voz. 

La verdad es que los chicos con los que sale, muy de tarde en tarde, son para pasar el rato. Rollos ocasionales, que solo le gustan físicamente y no le inspiran ningún romanticismo. 

Con este lo tiene muy fácil, pero no esta segura. Se pregunta que siente por ella, miedo,... o quizás odio , al fin y al cabo no esta allí por gusto. Cree que es inmoral aprovecharse de su estatus para tener una aventurilla con él. Ni siquiera se ha atrevido a mirar  (de forma casual),  mientras se ducha y eso que el chico siempre deja la puerta abierta (también de forma casual).


Es mejor no pensar en ello. Fresa se abanica con una mano, el microclíma es ideal y a pesar de eso empieza a tener calor.

La armonía se ve alterada un día en que Belladona lavisita con una falsa excusa. Quiere saber porque, desde hace un tiempo, "la reina del ático"  esta más contenta de lo habitual, sus últimos trabajos son maravillosos.

Belladona, también hace esculturas de luz, pero  no tiene tanto talento como su colega. A pesar de pertenecer a una alta familia, enriquecida gracias a su devoción por el gobierno  (lo cual le facilita muchas cosas), no consigue tener éxito, ni fama como su "querida amiga". Siente una envidia que raya en el odio y nada le gustaría mas que ver a la chica caer en desgracia, aplastada por su  triunfo.

El timbre suena y antes de que Fresa pueda impedirlo Yver abre la puerta, no parece un sirviente, salvo por el collar. 

Inmediatamente Belladona se da cuenta de lo que pasa. Fresa  trata de disimular lo mejor que puede, pero esta un poco violenta. Sabe que su amiga es muy lista y tiene una imaginación un poco peculiar. Durante la visita la "invitada sorpresa" finge indiferencia ante el nuevo inquilino (le cuesta, porque le parece muy apetecible). Fresa respira, por lo visto no se ha dado cuenta de hasta que punto la afecta su sirviente. 

Su "amiga", mientras tanto, esta ideando  un plan retorcido, ella se divertirá como nunca y la pequeña estúpida lo pasara muy mal, sin que por otra parte se delate su actitud hacia ella. No podrá reprocharle nada. 

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Después de un par de días Belladona se vuelve a presentar de improviso en su casa, tiene que trasladar unas cajas  muy pesadas y no puede disponer de ningún sirviente. Como esa tarde Fresa tiene una cita con Urraco (motivos laborales), le pide prestado al chico, claro si no le importa. 

Fresa no se fía mucho de esta bruja,  pero no se puede negar. ¿Qué excusa iba a poner?. ¿ Que está enfermo?. No se lo tragaría y además puede pensar cualquier cosa rara. Teniendo en cuenta los contactos que Belladona tiene, eso sería muy peligroso.
 

 De hecho, la posición de Yver en la casa es bastante comprometida para su dueña.

Cuando ha llegado la visita, el sirviente, vistiendo unos pantalones cortos y una camiseta, estaba desayunando tumbado en un sillón y con las piernas cómodamente apoyadas sobre una escultura. Igual que si estuviese en su casa. Además, es la viva imagen de la salud (siempre come muchísimo y no engorda un gramo), ni un idiota creería que esta enfermo. 


De mala gana, Fresa accede en prestárselo. Su amiga, sonriendo de oreja a oreja, promete que lo devolverá por la noche, no hace falta que lleve su  traje de represión. A fin de cuentas  ...a su dueña no le importa que no lo use y es encantador que sea tan considerada con él.
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El apartamento de Belladona es mucho más lujoso que el ático de Fresa. Una vez han llegado, la mujer deja solo a su acompañante unos momentos. Cuando vuelve  tan solo lleva puesta una túnica transparente, abierta por delante. Yver no se sorprende, se esperaba algo así. Fresa es demasiado ingenua.

Belladona se acerca a él, introduciéndole ligeramente una mano por la cinturilla del  pantalón. Sonríe, no esta mal... después le ofrece una copa. Yver se la toma con algo de recelo, es Xlima, una bebida bastante fuerte que funciona como desinhibidor y potencia al máximo las sensaciones. La había probado en un par de ocasiones cuando era libre y le pareció una mierda, no necesitaba sensaciones extra. Pero entonces  era dueño de si mismo.

No hay muchos preámbulos y enseguida acompaña a Belladona a su gran cama. Esta muy excitado, en  parte por lo que ha tomado. De todas formas, ha aprendido a no preocuparse demasiado y hace mucho, muchísimo tiempo que no pasa un buen rato. No es tan atractiva como Fresa pero tiene un cuerpo estupendo y  ya que la cosas están así...

El encuentro con Yver es mucho más apasionado de lo que la mujer imaginaba. Buen chico, un sirviente así vale su peso en oro. No le extraña que la niñita estuviera tan feliz, pero no es suficiente, hay que terminar bien la sesión. Sin dejar de besarlo, se echa encima de él y le amarra las muñecas a la cabecera de la cama, con unos brazaletes metálicos. No hay problemas, el muy idiota esta demasiado "distraido", para darse cuenta de lo que pasa. 

Luego, Belladona se sienta sobre las piernas del chico y le acaricia la cara mientras sonríe, enseñando los dientes en una mueca maligna. La fiesta empieza cuando aprieta un botoncito del mando del collar neuronal. 

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Yver tenía la cabeza un poco embotada por la bebida y no pensaba con claridad. Se despejó en un momento. 

De repente sintió un calambre en los brazos que, como un rayo,  recorrió todo su cuerpo. Provocaba un dolor sordo, constante, que le hizo agitarse en la cama hasta ponerse rígido.

Dándose cuenta de su situación, miró enfurecido a su amante. La mujer había dejado el mando en la mesilla y ,una vez regulado a la intensidad conveniente, mantenía la descarga. Ahora, muy despacio,  se estaba poniendo unos extraños guantes metálicos,  con las puntas de los dedos terminadas en unas largas agujas plateadas. Con amabilidad fingida, susurró en su oído si le gustaban esos jueguecitos. Yver negó enérgicamente con la cabeza.

Mejor. Belladona apagó el mando del collar, se inclinó sobre su víctima y empezó a besarle el cuello. El cuerpo de Yver se relajó un poco, todavía sentía el efecto de la descarga. No sabia hasta donde iba a llegar aquella bestia y esta vez tenía mucho que perder, asi que se revolvió intentando soltarse. Imposible, aquella golfa sabía lo que hacía y además sus esfuerzos por escapar parecieron animarla, aún más.

Suavemente lo besó en la frente y después le clavó las uñas metálicas en los costados. Yver aulló de dolor y dejo de moverse, la vista se le nublaba. La mujer continuó poco a poco su sangriento recorrido descendiendo hasta las caderas y marcándole la parte superior de las piernas . 

Las sábanas doradas empezaron a mancharse de sangre, a Belladona le gustaba el efecto. Los guantes podían cortar la carne como si fuera mantequilla, pero no los clavaba muy profundamente, porque quería que durase la diversión. No paró hasta que el chico, incapaz de aguantar por más tiempo, empezó a sollozar débilmente. ¿Tan pronto?, lo miró pensativa lamiendo la sangre que manchaba uno de sus dedos. Pobrecito...  Suspirando Belladona se tumbó junto a su "préstamo" mientras le revolvía el cabello.

Yver había perdido el control, si no hubiera tomado el condenado Xlima podía haber aguantado aquello impasible, o por lo menos no se hubiera derrumbado tan pronto. Tenia miedo, pensaba en  Fresa. No quería morir porque ahora ella formaba parte de su vida.

El suplicio aún no había acabado. Con temor, el chico observó como Belladona encendía un cigarrillo. Luego ajustó el mando, esta vez con un poco más de intensidad y lo activó de nuevo. Yver volvió a gritar, mientras su espalda se arqueaba, tensa por el dolor que le provocaba la fuerte descarga. Hubiera suplicado pero su voz había desaparecido con el collar. 

La mujer, sin quitarse los guantes, lo acarició  con suavidad, contemplando su sufrimiento sin inmutarse. El sirviente la miraba implorante, que triste. Cuando Fresa viera lo que había hecho con su muñequito se iba a morir.

Estuvo un rato disfrutando del espectáculo, hasta que los gritos  se convirtieron en alaridos. Belladona era toda una maestra y tenia una víctima perfecta, lo bastante fuerte como para aguantar sus juegos mucho tiempo.

Cuando soltó sus muñecas, Yver aún lloraba y no pudo parar en un buen rato, estaba destrozado. 

La mujer volvió a ponerse la túnica, mientras le regañaba amablemente, había mojado las sabanas y no solo de sangre. No importaba, le dió una palmadita en el trasero y  guiñó un ojo. Merecía la pena, lo habían pasado tan bien ...no se lo tendría en cuenta. 

Podía marcharse.

Esforzándose por recuperar su dignidad, el chico empezó a vestirse, cuando Belladona le llamo la atención desde el otro extremo de la habitación. Había sacando una película de un dispositivo de grabación y la agitaba en el aire con felicidad. Lo olvidaba, un regalito para Fresa. Debía entregársela en cuanto llegara al ático, a lo mejor la muy sosa aprendía algo de su actuación. 

Maldita arpía. Yver se encolerizó, por unos instantes el dolor pasó a segundo plano. De un manotazo arrebató la cinta a Belladona y la arrojó con rabia lo más lejos que pudo.

Una tontería, no lo hubiera hecho nunca sin estar bajo los efectos de aquella porquería que había bebido. La mujer lo miró sorprendida, ¿cómo se atrevía?, ¿aún no había tenido bastante?. Mostrándole amenazadora el control del collar, lo obligó a recoger la cinta y furiosa con la desfachatez de aquel sirviente, se dió un último capricho, utilizando el cigarrillo en la espalda del chico. Así aprendería a obedecer a sus amos. 

Aunque se tomó su tiempo, no pudo conseguir que volviera a gritar. Al final, Yver se desplomó sin fuerzas, esta vez no lloraba de dolor sino de rabia. 
 

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