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Hacia cinco años que Yver había llegado a Domo para prepararse como tecnócrata de alto nivel, recién cumplidos los veintiuno. Su familia tenia una posición más que buena en Escarpia, el segundo de los planetas menores. Habían solicitado su admisión en el centro de formación avanzada de Domo y gracias a su dinero había sido admitido. Por supuesto, eso lo comprometía a trabajar para el gobierno en el futuro, una vez hubiese finalizado sus estudios. Pero también le aseguraba una magnífica posición. Al principio el ambiente de la elite de Ciudad Industria le fascinó. No había comparación con Escarpia, se metió de lleno en su nuevo mundo, dedicándose a divertirse al máximo. Era muy popular entre su corte de aduladoras amistades, gastaba cuanto quería sin limitaciones y eso facilitaba mucho las cosas entre los privilegiados. Los estudios no le suponían un problema, se convirtió en uno de los alumnos mas brillantes, los llevaba adelante sin esforzase demasiado y sus notas eran magnificas. Muy pronto, una de sus profesoras, que trabajaba para el consejo clandestino, se fijo en él. Necesitaban personas con su capacidad y preparación, además su posición le facilitaba el acceso a información muy útil para la causa. Yver venia de un planeta libre y no entendía muy bien porque aquella gente se jugaba la vida, luchando por algo que parecía imposible. Pero aceptó, estaba empezando a aburrirse y el riesgo que implicaba todo aquello le resultaba estimulante. Era divertido burlar la opresiva vigilancia de los evols. Además, la profesora enseguida le demostró su agradecimiento personalmente. Todo fue bien durante un tiempo. Aunque Yver no se tomaba en serio el peligro que suponía su doble vida. Estaba tan seguro de si mismo que se creía a salvo de todo, inmune al fracaso. Una noche, estando en una de las muchas fiestas a las que asistía, oyó algo sobre el desarrollo de un nuevo dispositivo de defensa, basado en un campo de energía desconocida. Yver siempre lograba destacar en cualquier terreno, pero hasta ahora había pasado desapercibido en la organización clandestina. Pensó que si lograba enterarse de algo más, aquello cambiaría las cosas. Por fin surgía una oportunidad de deslumbrar a sus "colegas". El indiscreto era un sujeto de aspecto corriente, estaba escondido tras una columna y hablaba por un mini-comunicador. Era pocos años mayor que él, atlético y de estatura mediana, con la piel amarillenta y el pelo a juego, vestido con demasiada sobriedad, sin ningún gusto, según creía el chico. Se le notaba que no estaba en su ambiente, probablemente era un empleado del centro tecnológico. Parecía nervioso, mirando a uno y otro lado. Yver pensó que era un imbécil, si él lo oía cualquiera podía hacerlo. Se presentó intentando ser lo más enrollado posible, el hombre se mostró un poco huraño al principio, pero él sabía como hacer que hablara. Llamó a un par de chicas que se unieron a ellos encantadas y en poco tiempo consiguió que el tipo se fuera animando. Mejor. Un rato después su nuevo amigo estaba completamente borracho, Yver se acercó a él y le pasó un brazo por el hombro, el otro, ruborizandose, le sonrió nervioso. Que sorpresa, parecía que al pobre desgraciado le iba cualquier cosa. Empleó un poco mas de encanto y lo sonsacó con mucho cuidado,
fingía sentirse admirado por lo importante que era y su estrategia
dio resultado. El hombre, tratando de impresionarlo, le explicó
lo que quería saber acerca del nuevo diseño. Muy bien, ya
era suficiente. Yver anotó lo que le había
contado en un pequeño memorizador que llevaba en el bolsillo y se
largó. Había sido muy fácil.
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De vuelta en su apartamento se puso cómodo, cambiando su ropa
por una vieja camiseta y unos pantalones de pijama, preparó una
infusión y encendió su transmisor, quería descargar
el contenido del memorizador cuanto antes. Entonces le pareció oír
un ruido en la puerta y se dirigió a comprobar que pasaba. Aún
no había llegado hasta ella, cuando se abrió de improviso,
descolgada por una patada.
Había tres vigilantes entrando en su casa, Yver se quedó paralizado, no le salia la voz del cuerpo. El hombre de la fiesta llevaba un uniforme de jefe de unidad y lo apuntaba con un arma, mientras ordenaba a los otros que requisasen el memorizador y registrasen todo. Había caído en una trampa. Tenía que salir de allí como fuera, así que, rápidamente,
arrojó a su conocido el contenido de la taza que llevaba en la mano.
Al recibir el líquido hirviendo sobre su rostro el jefe empezó
a aullar e Yver aprovechó para correr hasta la salida.
No llegó más lejos.
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Al abrir la puerta el vigilante del edificio, un estúpido
carcamal desdentado, le hundió el cañón de su
viejo fusil láser en el estomago. Era absurdo, verse atrapado por
aquel fósil.
Los vigilantes reaccionaron con rapidez. Uno de ellos lo arrastró hacia dentro, sujeto por un brazo que le dobló hacia atrás dislocándole el hombro. Mientras, el jefe se asomó a la puerta y ordenó al anciano que avisara a la patrulla de la zona, tenían que recoger al traidor. Pero antes debían interrogarlo, necesitaban un par de horas, ordenó que no los interrumpiera nadie y después cerró la puerta. Yver estaba aterrorizado, aquello no presagiaba nada bueno, los tipos no parecían muy civilizados. Les ofreció dinero si lo soltaban, sin resultado, ya habían cogido todo lo que les había gustado de su apartamento. A un gesto del jefe el otro soldado lo agarró con fuerza por el brazo libre y le rodeó el cuello con uno de los suyos. El jefe se sitúo frente a Yver dispuesto a vengarse, debido al "baño", tenía la piel completamente quemada y los ojos semicerrados, sin embargo la mueca que había en su cara parecía una sonrisa. Sujetó la barbilla de Yver con la mano, para observar bien a su víctima. El niñito se había reído de él en la Cúpula, así que primero iba a divertirse un poco con aquel maricón y después ya harían el trabajo duro. Dándose cuenta de lo que iba a pasar, el chico empezó a luchar intentando soltarse. Imposible. Los dos vigilantes lo sujetaron mas fuerte y él dio un alarido, le habían roto un brazo. La presión en el cuello le hacia respirar con dificultad. Nunca podría escapar, era un estúpido, se lo había buscado el solito por creerse mas listo que nadie. Yver insultó de mala manera a los tres hombres que lo retenían, sin suplicarles clemencia ni una sola vez. Ellos reforzaron su abrazo y lo amenazaron con partirle el cuello si no se estaba quieto. Se reían de su miedo, cuando terminasen las chicas no lo encontrarían tan guapo. Empezó el suplicio. El chico apretó los dientes y emitió un ruido parecido a un sollozo cuando sintió el primer golpe del mazo de castigo, estaba aterrado. Se revolvió con mas fuerza, pero los vigilantes reforzaron su abrazo y amenazaron con partirle el cuello si no se estaba quieto. Enseguida el jefe descargó el segundo, animado por sus hombres, y siguió golpeandole cada vez más rabioso, sin obtener los ruegos que esperaba. Poco a poco Yver dejo de luchar, estaba roto y sus fuerzas lo abandonaron. Ya no escuchaba apenas lo que le decían, incapaz de pensar ni de darse cuenta de lo que estaba pasando. Entonces la agresión paró, o eso creyó el. Los vigilantes soltaron a su prisionero, que cayó como un fardo a sus pies. Su jefe les ordenó que siguieran el procedimiento habitual y se marchó a esperar el transporte, estaba cansado... Yver no se movía, tenia los ojos abiertos y miraba con expresión ausente, vagamente podía oír a alguien preguntándole acerca de su colaboración con el consejo clandestino, deseaba morir pronto. El interrogatorio consistió en otra paliza a base de golpes y patadas, le rompieron un par de costillas facilmente, sin tomarse el trabajo de usar los mazos de castigo. Al cabo de un rato el vigilante Ciskos, desistió. Era inútil , el tratamiento del jefe lo había dejado en estado de shock y por mucho que se ensañaran no conseguían nada, ni un grito, ni siquiera intentaba protegerse, aquel hijo de puta estaba como muerto. Su compañero decidió aprovechar la oportunidad y pasar también un buen rato, mientras pudiera disponer del prisionero. A pesar de lo que había soportado era joven y tenia un bonito cuerpo. A Ciskos no le atraían los hombres, así que se sentó a mirar mientras se fumaba un cigarrillo. El vigilante se arrodilló junto a su víctima y le subió la camiseta echándole los brazos hacia atrás, parecía que jugaba con un muñeco de trapo. Se vio obligado a detenerse en ese mismo momento. Repentinamente, el jefe de unidad entró en la habitación muy alterado y apartó al hombre que estaba con Yver de una patada. Tenían que matar al prisionero y hacerlo desaparecer deprisa. Ciskos se extrañó, pero desenfundó su arma y apuntó a la cabeza del chico. Antes de que pudiese hacer el disparo, el viejo vigilante del edificio apareció de nuevo (sin molestarse en llamar a la puerta), acompañado por dos componentes de la patrulla de zona. Venían a llevarse al rebelde, el transporte de prisioneros estaba esperando. Vícaro y Egolás habían sido apresados esa misma noche, el primero por practicar la medicina de forma ilegal (es decir ayudando a quien no debía) y el segundo porque tras emborracharse, en un alarde de sinceridad, se había dedicado a maldecir al gobierno y a los evols a grito pelado frente a la casa del rector de la zona centro. Solo sentía lo que había pasado por su mujer y su hijita, a las que no sabía si volvería a ver. Por lo visto el transporte de prisioneros iba a hacer una última parada antes de llegar a la prisión. La puerta se abrió y arrojaron dentro el cuerpo de un hombre que no parecía encontrarse en muy buenas condiciones. Egolás se acercó a él y tras apartar el largo cabello que tapaba la cara del muchacho le preguntó si se encontraba bien. No contestó, tenía los ojos abiertos pero daba la impresión de que no veía. El hombre movió la cabeza con disgusto, al pobre desgraciado le habían dado una buena paliza, no llegaría vivo al final del viaje . Vícaro se acercó para ayudarle a recostarlo sobre uno de los bancos que había a los lados del camión y pidió a Egolás que le pusiera su gabardina para abrigarlo un poco, tenía bastante fiebre. Después sacó de su bolsillo un frasquito con píldoras e hizo tragar a Yver un par de ellas. De momento no podía hacer más nada por el chico, cuando llegaran a su destino vería si podía salvarle. Egolás era muy fuerte (tres veces mas alto que Vícaro), cargó a Yver como si fuera una pluma cuando llegaron a la "Institución" y lo bajó del transporte. Cuando se disponían a entrar el guarda de admisiones los detuvo, no querían enfermos, si no podía tenerse en pie el prisionero iría a exterminio. Vícaro saco un puñado de créditos de una bolsita que llevaba al cuello y habló unos minutos con el guardian. Sin problema, consiguió una celda para los tres solos y medicinas para el chico. Era extraño que desde su llegada a Domo, fuera precisamente allí donde Yver hizo sus dos únicos amigos. Estuvieron juntos más de un año, compartiendo lo poco que tenían, protegiéndose y ayudándose mutuamente, mientras esperaban sus destinos como sirvientes. Primero enviaron a Egolás a las minas de maná. A pesar de su fortaleza, los tres intuían que no sobreviviría en aquel lugar. Bromeó, con un optimismo inquebrantable al separarse de sus compañeros. Nunca perdió la esperanza de reunirse, algún día, con su familia. A los tres meses le tocó el turno a Yver, que se despidió con pena de Vícaro. Le debía la vida a aquel anciano bajito y regordete. El hombrecillo le regaló uno de sus pendientes. Si alguna vez necesitaba encontrarle, con enseñarlo en cualquier tugurio y mencionar su nombre tendría bastante. Conocía a mucha gente, dijo con una sonrisa de complicidad. Yver lo aceptó y le estrechó la mano, el pobre viejo estaba loco, era demasiado mayor para ser vendido y probablemente moriría allí. |
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