El río
Guadalquivir
va entre naranjos y olivos,
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales,
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Llevo azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares,
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
Federico
García Lorca
BALADILLA DE LOS TRES RIOS
POEMA DEL CANTE JONDO
(1921)
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Granada no podría
entenderse sin el agua. Granada es agua; es frescor y vergel; cármenes
y huertas. Granada, es un cuerpo circulado por arterias de líquido
elemento, que como auténticos cursos de vida dan murmullo y
ambiente a la ciudad. Un torrente circulatorio concebido en los orígenes
de la ocupación urbana de esta tierra como fundamento de su
particular cultura, traída en gran parte por los moradores de los
primeros asentamientos musulmanes, aunque algunos autores
consideran que el invasor árabe no hizo más que perfeccionar y
engrandecer el sistema hidráulico hispanorromano.
Granada es una típica ciudad a pie de monte, construida en las
primeras estribaciones del macizo de Sierra Nevada, precedida de
una vasta vega atravesada por caudalosos torrentes y con un enorme
valor estratégico en la antigüedad, que se veía acrecentado por
sus impedimentos naturales al asedio, si se considera que la urbe
misma estaba recorrida por dos ríos, el Darro y el Genil, que por
sí solos podían abastecer generosamente a la población en todo
momento, sin necesidad de que la misma hubiere de acudir fuera de
murallas a buscar otras fuentes más lejanas, como el Beiro, el
Monachil o el Dílar. Sin embargo, el suministro de agua a la
medina era en sí mismo bastante complicado dada la situación
elevada de la ciudad antigua -en la colina del Albayzín- respecto
de los cauces de los ríos, lo que implicaba no sólo un problema
físico sino también un grave peligro para los habitantes que
tendrían que bajar más allá de las defensas de la ciudad o
donde éstas fueran más débiles a tomar el agua, por muy próximos
que estuvieran de los lugares de abastecimiento de las zonas protegidas. Será pues por este motivo por el que
precisamente surja la típica muralla en forma de espolón o flecha -cauracha- que
permitiría descender a los habitantes de la ciudad hasta el lecho del río Darro
sin quedar desprotegidos, siendo por ello por lo que se alarga la muralla del
Albayzín hasta la Bib al-Difaf o Puerta de los Panderos o de los Adufes y
posteriormente lo haga la muralla de la Alcazaba de la Alhambra.
Será durante los siglos
XII y XIII, al tiempo de las invasiones almorávide y almohade y
con ocasión del florecimiento de la dinastía nazarí cuando se
va a construir el entramado de acequias que sangran el Darro, con
el fin primordial de abastecer el núcleo palatino de la Sabika y
el barrio de Axaris así como otros arrabales situados en la zona
baja de la medina de Granada.
La grandeza de la red de aprovisionamiento de agua de Granada no
va a venir dada simplemente por su vasta extensión ni por su
complejidad, sino también por su perdurabilidad histórica, fruto
de su perfección, lo que ha motivado que haya llegado hasta
nuestros días e incluso que gran parte del sistema siga utilizándose
aún, lo que hizo que en todos los tiempos se dictasen numerosas
disposiciones por las autoridades, con la intención de asegurar
el mantenimiento de las acequias, algunas disposiciones tan
significativas como las dictadas por los Reyes Católicos,
conscientes de la importancia de mantener el funcionamiento de la
red, para lo que concederían importantes beneficios a los
canagnydles y acequieros.
Las necesidades de suministro derivadas de la expansión de la
medina entre los siglos XII y XIV y de las construcciones
palatinas de la Sabika, fueron saciadas con cargo principalmente a
las aguas del río Darro. Desde una presa situada algo más arriba
del paraje de Jesús del Valle, cercana a los Cortijos de Buena
Vista, parte la caudalosa Acequia Real, que cruzando el río por
el Cortijo de los Arquillos, toma por las primeras estribaciones
de la Dehesa del Generalife. A poco más de un kilómetro, frente
por frente al barranco de Teatinos se bifurca en dos acequias -hoy
en día en cierto modo unificadas-, una que mantiene la cota y que
toma un tercio del caudal, llamada en consecuencia la Acequia del
Tercio o Acequia del Generalife, y otra más baja, que toma dos
tercios del mismo, la Acequia Real de la Alhambra. Ambas a
distinta cota recorren íntegramente la Dehesa del Generalife y
hasta el momento de su canalización, dejaban a su paso numerosas
filtraciones que enriquecían el paraje natural del Avellano, yendo
a juntarse actualmente en el Barranco del Cortafuegos, en una caseta muy próxima
a la Silla del Moro, desde donde continúa por un lado, para el recinto del
conjunto monumental y por otro, buscando una caseta de agua existente por encima
del Camino del Avellano, desde donde desciende vertiginosamente formando presión
hasta el río Darro, cruzándolo por un puente construido al efecto, desde donde
remonta la cota en dirección al Cerro de San Miguel.
Antiguamente ambas acequias de los tercios llegaban directamente a
los núcleos palatinos sin derivar ni juntarse. Así, la del
Generalife, abastecía directamente el palacio de verano y sus
jardines, motivo por el que la vemos aún aparecer por el Patio de
la Sultana y el Patio de la Alberca, si bien antes suministraba a
Dar-al-Arussa -hoy sigue haciéndolo por debajo- movía una noria
cuyo emplazamiento aún puede ser localizado, y tras derivar,
descendía hacia los Alixares.
Por su parte la Acequia Real de la Alhambra, rodeaba el Cerro del
Sol bajo el Generalife, por la Huerta Colorada y la Huerta Grande,
hasta cruzar, uniéndose previamente con un ramal de la Acequia
del Generalife, la Cuesta de los Chinos por el Acueducto o Puente
del Agua. Actualmente siguen abasteciendo estos lugares, pero de
algún modo ha cambiado su trama, pues por encima de la zona de
los Albercones y el nuevo aparcamiento, pueden localizarse un par
de casetas construidas no hace muchos años, que sirven para
regular el suministro de los palacios y sus aledaños. Hoy en
día, llegada el agua al Generalife se divide en dos ramales, uno
toma dirección al nuevo aparcamiento de la Alhambra, circulando
por los senderos de agua -así son llamadas por los autores del
proyecto del aparcamiento las nuevas canalizaciones para las
acequias-, yendo por un lado a suministrar la zona alta del
Barranco de la Sabika y las Ventillas y por otro a perderse con
él el arroyo del Generalife, camino del Darro. Por otro lado, el segundo ramal
se adentra por la alameda del Generalife, salvando el Camino de los Cipreses, y
tras juntarse con la Acequia Real de la Alhambra atraviesa la Cuesta de los
Chinos por el acueducto hasta la Torre del Agua, desde donde la Acequia Real se
interna por el Secano hacia el corazón mismo de los palacios
alhambreños.
El hoy llamado Castillo de Santa Elena (en el Cerro del Sol, que protege la
retaguardia de la Colina de la Alhambra), popularmente Silla del Moro,
originariamente jugó un papel importantísimo como centinela de la entrada de la
Acequia Real a la Alhambra y de las construcciones relacionadas con ella que se
encuentran por la misma zona; entre ellas, se encuentra Dar al-Arusa -el Palacio
de la Desposada o popularmente de la Novia-, relacionado con una serie de
construcciones para el agua (norias, aljibes, estanques). El Torreón de las
Damas y su complejo hidráulico de conducciones y albercas -los
Albercones- fueron vitales para la creación y subsistencia de la Alhambra, pues eran la
llave del abastecimiento y control del agua que se distribuía por todo el
conjunto. Habría que hacer notar que incluso en el Barrio Castrense (en la
Alcazaba, una de las partes más antiguas del conjunto de la Alhambra), todas las
viviendas tenían en el centro un espacio reservado para el agua que, en el caso
de la vivienda principal (la más cercana a la Torre del Homenaje), alcanzaba a
ser una alberquilla; todas las casas poseían retrete con agua corriente, algo
bastante diferente a los castillos o campamentos militares cristianos de la
misma época... Además, en el Barrio Castrense también se localizan dos elementos
imprescindibles en un hábitat islámico: un aljibe para el abastecimiento de
agua al recinto y un baño para el uso del contingente militar. La presencia del agua
para los nazaríes, y en todo el período muslímico español, significaba la
prosperidad, el lujo y la tranquilidad que proporcionaba su abundancia; no
debemos perder de vista que se trataba de un pueblo nómada y por ello, en la
Alhambra, el agua nunca se pierde de vista y aquellos oasis del desierto están
siempre presentes. Además, claro está, el agua tiene una función religiosa
importantísima: las abluciones buscando la pureza previa a la oración.
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